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Por qué la sastrería importa

Por qué la sastrería importa

Querido lector,

Hay quien piensa que la sastrería está muerta.
Que los trajes son una reliquia del pasado, algo que solo se ve en las películas antiguas, entre cigarrillos, taxis negros y hombres con sombrero que siempre sabían qué decir.

Y, sin embargo, aquí seguimos algunos. Los últimos románticos.

Los reconocerás fácilmente: caminan despacio, miran los escaparates como si fueran bibliotecas y acarician una solapa como quien lee un poema de memoria. No están fuera de su tiempo; simplemente no se rinden ante él.

Déjame que te cuente una historia.

Hace unos meses, vino al taller un chaval como nosotros, de veintitantos.
Llevaba sudadera, airpods pro con cancelación de ruido y una confianza que solo da la juventud, la inconsciencia, o 45 md sin leer.

Nos miró con cierta curiosidad, como si hubiera entrado en una tienda de vinilos por accidente.

"Quiero un traje" dijo, pero… que no parezca un traje.
Qué. No. Parezca. Un. Traje. Vaya.
Y ahí estaba el reto.

Porque un traje, querido amigo, siempre parece un traje.
La diferencia está en cómo lo llevas.

Le tomamos medidas, hablamos de tejidos, de cortes, de hombros, de forros.
Le enseñamos cómo un milímetro puede cambiar una silueta, cómo elegir la botonadura puede definir una vida entera.

Y poco a poco, ese chaval empezó a entender que la sastrería no es una prenda: es una actitud.

Una forma de estar en el mundo, y de mostrarte a el. 

A veces pienso que la sastrería es el último refugio de los que aún creen en la belleza inútil.

En las cosas que no sirven para nada más que para recordarte que el tiempo puede tener otro ritmo. Como tu vida, tu trabajo o tu próximo ascenso.

Como las cartas escritas a mano, los relojes mecánicos o las sobremesas sin prisa.

Un buen amigo tiene un reloj de cuerda que cada mañana lo primero que hace es darle la vuelta para que funcione otras 24h, un simple recordatorio que la vida le acaba de regalar un día entero para vivir. Y joder, se te eriza la piel solo de pensar vivir con esa sensación de aprovechar cada segundo.

No es solo vestir bien.
Es entender que la elegancia no se mide por el precio, sino por la seguridad con el que se lleva.

Que un traje a medida no grita. Susurra al mundo.

Y sí, puede que el mundo haya cambiado.
Puede que ahora menos lleven gemelos o sepa hacer un nudo Windsor sin mirar un tutorial en YouTube, pero si saben perfectamente como usar ChatGPT

Pero hay algo que no cambia: el deseo de sentirte dueño de ti mismo cuando te pones la chaqueta.

Esa sensación de que el día, al fin, puede empezar.

Así que sí, la sastrería sigue viva.
Mientras haya alguien que entienda que vestirse bien no es una obligación, sino un homenaje.

Un pequeño acto de fe.

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