El arte de vestirse por capas (y no parecer un montañero perdido)
Querido lector,
Hay un momento del año, más o menos cuando el termómetro empieza a temblar y el cielo se vuelve gris plomo, en el que todos nos enfrentamos al mismo dilema existencial:
¿cómo vestirse bien en invierno sin parecer que uno va a esquiar a los fiordos noruegos?
Porque el frío, como el amor, saca lo mejor de nosotros.
Y de pronto el hombre elegante que en verano sabía dominar el lino y el mocasín, en diciembre se convierte en un superviviente con bufanda de emergencia y tres sudaderas superpuestas.
La clave, amigo mío, está en una palabra: layering.
O, dicho en castellano, el noble arte de vestirse por capas sin perder la compostura.
Déjame que te cuente una historia.
Hace unos años, un cliente vino a TheBundClub Madrid con un dilema:
“Trabajo en una oficina sin calefacción, vivo en una ciudad helada y no quiero parecer un muñeco Michelin.”
Lo entendimos al instante.
Y le hicimos el traje más versátil que puede tener un hombre: uno que no teme al invierno.
Le explicamos algo que debería enseñarse en los colegios:
Vestir bien en invierno no consiste en ponerse más ropa. Consiste en ponerse la ropa correcta.
1. La primera capa: el secreto está en el contacto
Como en todo lo importante en la vida, la base lo es todo.
Una buena camisa de algodón egipcio o un jersey fino de cashmere o merino actúan como una segunda piel. Ligereza, transpirabilidad y calidez sin volumen.
Nada de camisetas sintéticas ni tejidos que hacen ruido al moverse: el layering empieza por el silencio.
2. La capa intermedia: donde vive el estilo
Aquí es donde el hombre demuestra gusto.
Una sobrecamisa de lana, un chaleco acolchado fino, o un jersey cuello vuelto bajo una americana de tweed pueden transformar un día de invierno en un ejercicio de elegancia natural.
La clave está en el equilibrio: Si cada capa compite por llamar la atención, has perdido la partida.
Los tonos deben conversar, no gritarse.
Grises con beige, azul marino con marrón, camel con verde bosque.
Y siempre con la textura como protagonista: lana fría, flannel, cachemir, algodón grueso.
3. La chaqueta o el abrigo: el refugio final
El abrigo es el punto y final de un párrafo bien escrito.
Demasiado largo, y el conjunto se apaga;
Demasiado corto, y pierde elegancia.
Un abrigo cruzado de lana, un chesterfield o un polo coat son opciones eternas.
Y si llevas traje debajo, asegúrate de que el abrigo lo cubra por completo: lo demás es herejía sartorial.
Aquí conviene recordar una máxima de taller: El abrigo no debe imponerse al traje, debe custodiarlo.
4. La proporción y el volumen: el equilibrio invisible
El layering elegante vive de la proporción.
Cada capa debe tener su razón de ser, y su peso visual.
No se trata de abrigarse, sino de componer.
Si llevas una chaqueta estructurada, el abrigo debe tener caída.
Si llevas un jersey grueso, equilibra con una camisa ligera.
Y nunca, repito, nunca abroches todo a la vez: el layering es un arte de capas abiertas, no de cierres desesperados.
5. El gesto final: confianza y calor en el mismo gesto
Porque el layering, al final, no es solo técnica. Es actitud.
Esa manera de colocarse el cuello del abrigo antes de cruzar la calle.
Ese movimiento lento de abrochar el botón de la americana bajo la bufanda.
Es vestir como quien no tiene frío porque ya aprendió a tener estilo.
El invierno no está hecho para sobrevivirlo, sino para disfrutarlo.
Y si uno lo piensa bien, el layering es una metáfora bastante precisa de la vida:
Capas que se superponen, historias que se acumulan, y el calor que llega, siempre, desde dentro de ti.
Nos vemos en los BundClubs
El equipo de Bund.